Cuando el juego es real: Una noche de grietas, códigos y colapsos silenciosos en el ámbito digital

A las 2:17 a.m., sentado en silencio, los auriculares ajustados como un escudo.

La pantalla palpitaba con luz dorada—gallinas brillantes cruzando un campo antiguo. Un ritual. Un juego. Una confesión.

No era por ganar. No realmente.

Era por ser visto.

En cada derrota—cada vez que mi gallo se deshacía en polvo—algo dentro de mí cambiaba. No era ira. Ni frustración. Sino reconocimiento.

Así habla la soledad cuando ya no hablas contigo mismo.

Vine por distracción. Me quedé por verdad.

El mito que me sostuvo

Lo llamaban Duelo de Ólimpo. Tema: dioses antiguos peleando por el destino y el fuego. Diseño: tormentas cinematográficas sobre ruinas de mármol, tablas rotas susurrando reglas olvidadas, um ritmo que parecía menos un juego y más una oración.

Y sin embargo… No jugaba para ganar. Jugaba para sentirme vivo otra vez—por primera vez esta semana, en un mundo donde podía ser héroe para alguien más.

Hay poder en la ficción que no pretende ser real—pero aún así guarda espacio para lo real dentro de nosotros. Aquella noche, mi avatar no ganó ninguna partida. El juego nunca me dio recompensas ni rankings ni gloria. Pero me dio permiso: sentarme en silencio con mi dolor, dejarlo respirar sin vergüenza ni solución.